viernes, 15 de marzo de 2013

cantar

-A partir de esa misma paradoja escribes una estrofa como "A pesar de lo que digan / No me olvido, compañero / De que el pan que me alimenta / Siempre será pan ajeno". Ahí está el agradecimiento pero también el extrañamiento, ¿no?

-Lo que pasa es que esa canción es "Ni toda la Tierra entera": yo no había puesto los pies en Europa. Me encerré en mí misma, en La Habana, me sentía responsable del Golpe también, de muchas cosas, hasta culpable me sentía. Había decretado que yo no tenía nada que cantar, que no hablaba con nadie. Y un día hablé con la Beatriz Allende (una de las hijas del Presidente Salvador Allende, a quien años después Isabel Parra dedicó la canción "Un nombre, un apellido", grabada en 1979), que no éramos amigas, pero ella iba a la Peña y era una persona maravillosa. Y me dice "Isabel: tú tienes que salir a cantar". La escuché no más, pero me quedó eso.











viajes antes de golpe


Acerca de quien era: música y viajes antes del golpe
Isabel Parra tenía treinta y cuatro años en 1973 y para entonces su voz ya era protagónica en la música popular chilena. Había iniciado en 1962 su carrera junto a su madre y a su hermano Ángel Parra, durante la segunda visita de Violeta Parra a Europa, y en París había conocido el cuatro, cordófono de origen venezolano que transformó para siempre en su instrumento de cabecera.









corazon

Un reguero de canciones compuestas por Isabel Parra es el resultado más conmovedor de esa experiencia, con títulos como "Ni toda la Tierra entera", "Este presente festín se lo regalo a cualquiera", "Corazón canta y no llores", "Cardenales o gardenias", "Ronda para un niñito chileno", "Tu voluntad más fuerte que el destierro", "En la frontera" y otros. Y el relato paralelo está en el libro, una memoria hecha de documentos, manuscritos, fotografías, versos, letras de canciones, recortes de prensa, testimonios y otros materiales que la cantante recopiló y guardó en toda esa época.










martes, 12 de marzo de 2013

imaginación

Ese tránsito entre lo sagrado y lo profano le dio pie a otras series en las que trabajó después sobre los oficios habituales de la gente y los personajes de la calle: hampones, prostitutas, travestis, tangueros, vagabundos y las recordadas 'malsentadas', que, como él mismo indica, son "mujeres que no dejan nada o casi nada a la imaginación". 

Pero el tema de los ángeles siempre volvía a aparecer en sus figuras. Según él, porque los pintaba desnudos, "y nada más erótico que la contemplación de un cuerpo bello", añade. Así que poco a poco se fue zafando, les quitó el aura sacra y pintó incansablemente mujeres, hasta que llegó una de sus más logradas series: la de escenas lésbicas protagonizadas por damas etruscas. 







Artes de Roma


Su historia con ellos se puede rastrear desde que era un estudiante en la Academia de Bellas Artes de Roma, a finales de los años cincuenta, y todo lo que veía a su alrededor era la pintura del Renacimiento con esos rostros inmaculados y cándidos de miles de querubines. Entonces se le metió en la cabeza que algún día tenía que hacer una serie con ellos, pero con un toque personal. Así fue como dejó en el lienzo a unas criaturas mundanas y prosaicas que "sin perder su condición de ángeles se mezclaban con los otros y hacían cosas de la vida cotidiana: conversaban, bailaban y comían", recuerda. 







Museo


“Aparte de ser el único que tiene esta colección, también soy el único que los cuida, porque los plastifico”, explica. A menudo, es difícil el tráfico por esta calle, porque los conductores paran a echar un vistazo al local o los padres exploran con sus hijos este ‘museo’.

Tampoco faltan los clientes fieles, aquellos que llegan con sus libros en busca de nuevas aventuras. “Cada 15 días me dan descanso en el trabajo y aprovecho para venir porque me encanta conocer más del extranjero”, dice Wilson Buenaventura, un amante de las viñetas que lleva más de 20 años alquilando cómics.

Ahora, Páez sueña con que su ‘museo’ se convierta en patrimonio o tenga el apoyo de alguna casa de la cultura, y así, como en su infancia, se les pueda enseñar a leer a los niños por medio de las viñetas.








Joya


Un humilde rancho de 1,50 metros en el centro de Bogotá despierta nostalgia entre los transeúntes al ver colgadas historietas de personajes como Kalimán, El Santo o Memín, además de fotonovelas, cuentos del lejano Oeste e historias eróticas.

Desde que tenía 9 años, Juan de Jesús Páez comenzó a armar su colección de historietas. “Al frente de mi escuela había una cuentería, a donde íbamos con mis compañeros a leer historietas que nos alquilaban por 5 centavos”, recuerda a sus 56 años de edad.

Durante años, Páez invirtió todos sus ahorros en la colección, visitaba el mercado de las pulgas en busca de alguna ‘joya’, pero hace solo cuatro años tuvo la idea de montar un local dedicado a su pasión.